domingo, 1 de septiembre de 1996

LOS ORÍGENES DE ESPARTA


"Avancemos trabando muralla de cóncavos escudos" (Tirteo)

FUENTES

Las fuentes de que disponemos para acercarnos a los orígenes del estado espartano, aun no siendo muy numerosas, sí que nos permiten trazar unas líneas básicas para comprender las raíces de su emblemática conformación cultural. La historia espartana ha sufrido con frecuencia tratamientos tendenciosos, a veces buscando su idealización y a veces para vituperar la obtusa rigidez del comportamiento de sus ciudadanos. Ya en la antigua Grecia los ideólogos de los oligarcas presentaban a Esparta como un modelo sociopolítico ajustado a sus concepciones e intereses. Jenofonte, especialmente en su obra “La República de los Lacedemonios”, expresa su admiración hacia el tipo de educación militar y los pilares constitutivos de Esparta, para la que combatió en ocasiones, hasta el punto de recibir de ella la proxenia. Algunos fragmentos literarios de Platón revelan también la influencia del austero y disciplinado modelo político espartano en su pensamiento, si bien el filósofo se vio desencantado por la ineficacia del gobierno oligárquico de los Treinta Tiranos, impuesto por Esparta a Atenas en el año 404 a.C. Aristóteles no ocultó tampoco una clara orientación laconófila en varios de sus tratados, lo que le llevó a exponer cruda y misóginamente algunas de las causas que en su opinión provocaron el hundimiento espartano: Escasez de hombres, desigualdad en el reparto de las propiedades, problemas para acceder a la propiedad de la tierra, relajación en las costumbres de los éforos, gusto por el lujo entre las mujeres, sobrevaloración de las conquistas con respecto a la virtud… A todo lo cual podríamos añadir el descuido de facetas productivas y comerciales que habrían hecho menos necesario el constante recurso a la guerra, el robo y la violencia.

Datos bastante objetivos sobre Esparta nos proporcionan Heródoto y Tucídides, que inciden en los hechos bélicos en que con dispar fortuna se vio involucrada la ciudad. Algunos poetas líricos reflejaron en sus versos la realidad sociopolítica de la Esparta de su tiempo, destacando entre ellos Tirteo. Alcmán en cambio se centró en la composición de cantos solemnes y ornamentados para los rituales religiosos. El historiador y geógrafo griego Pausanias, que escribió en el siglo II de nuestra era y que llevaba el nombre de un rey espartano, nos dejó en su “Descripción de Grecia” apreciaciones interesantes sobre lo que él mismo pudo ver en la ciudad de Esparta. La tradición mítica, los hallazgos arqueológicos y los textos de las inscripciones aumentan y matizan nuestro conocimiento de la sociedad espartana y de la imagen que ésta deseaba proyectar de sí misma.


CONTEXTO GEOGRÁFICO

La amplia región en que se encuentra Esparta, situada al Sureste de la Península del Peloponeso, recibe el nombre de Laconia o Lacedemonia. De este territorio deriva etimológicamente nuestro adjetivo “lacónico”, empleado para referirse a un tipo de expresión, breve y concisa, que da idea resumidamente de muchas cosas. Así sería en principio el modo de hablar de los espartanos. Esparta surge en el valle definido por el río Eurotas, concretamente en su curso medio, cerca también de uno de sus afluentes, el Cnación. El río Eurotas fluye entre las cadenas montañosas del Taigeto y el Parnón. Ambas terminan por el Sur en dos largas penínsulas, que conducen respectivamente hasta los cabos Tenaro y Malea, flanqueando un amplio golfo. Las islas de Cythera y Anticythera facilitaban visualmente la navegación desde Laconia hasta Creta. En su parte septentrional, el valle del Eurotas queda cerrado por formaciones montañosas, que sirven de frontera con Arcadia. Las costas orientales de Laconia incluyen algunas bahías que no atrajeron a importantes contingentes poblacionales. Al Oeste de Laconia se encuentra el territorio de Mesenia, fértil y de escasas altitudes, bañado por el río Pamisos y dotado también de un golfo meridional. Las condiciones geográficas de Laconia favorecieron su aislamiento, contribuyendo a demorar toda una serie de tendencias sociopolíticas que afectaron más profundamente al resto de Grecia. Las tierras más aptas para el cultivo en Laconia eran precisamente las del estrecho valle que sirvió de solar a la ciudad de Esparta.


EL YACIMIENTO DE VAPHIO Y EL MENELAION

Uno de los yacimientos arqueológicos de época micénica más importantes de Laconia es el de Vaphio, cercano a la aldea espartana de Amiclas. Allí en 1889 se excavó una tumba principesca de tipo “tholos”, situada sobre una colina. En el ajuar funerario se encontraron gemas, collares de amatista, vasos de alabastro, jabalinas, un hacha, un espejo, así como otros objetos de oro, plata, bronce, hierro, plomo, ámbar y cristal. Destacó el hallazgo de dos copas de oro con decoración repujada en relieve. En una de ellas se representa la captura de un toro salvaje y en la otra su domesticación. Otro antiguo edificio micénico del valle del Eurotas es el Menelaion, que fue objeto de sucesivas reocupaciones. Pudo formar parte de un palacio, algunas de cuyas estructuras servirían como lugar de culto posteriormente. Se trata de una construcción maciza de piedras talladas, con varios locales y niveles, ubicada en un paraje con excelente visibilidad del entorno, pero sin fortificar. Su nombre hace referencia a Menelao, legendario rey espartano, que según el relato homérico marchó a Troya para recuperar a su esposa Helena, raptada por el príncipe Paris, hecho que derivó en una gran conflagración armada. El Menelaion pudo desempeñar entre los espartanos una función destacada en el recuerdo colectivo hacia Menelao y Helena, así como en el culto hacia los Dióscuros. En el entorno del edificio las excavaciones rescataron una gran cantidad de ofrendas votivas.


LOS DORIOS

Los datos arqueológicos señalan que en época micénica Mesenia estuvo probablemente más poblada que Laconia. En Mesenia se encontraba el centro palacial de Pilos, destruido a fines del siglo XIII a.C. La época micénica dio paso a la época homérica, cuyo comienzo coincide con la última gran migración helénica de las agrupaciones tribales en la península balcánica. La tradición mítica alude a la ocupación violenta de la península del Peloponeso por parte de los descendientes de Heracles, que se pusieron a la cabeza de los contingentes invasores. Los heráclidas son relacionables con las migraciones dorias. Belloch cuestionó el que la llegada de los dorios se produjese en torno al 1200 a.C. Pensó que los dorios habían entrado en la península balcánica junto a los demás pueblos griegos muchos siglos antes. Otros autores retardan la penetración doria, negándole la paternidad del eclipse micénico. E incluso hay investigadores que dudan de si verdaderamente se produjo una invasión doria. Estos autores prefieren hablar de problemas internos y de violentos desajustes sociales. Según la leyenda de los heráclidas, éstos, desterrados de sus territorios peloponésicos originarios, entraron en contacto con los dorios, los cuales, tras haber vivido en la Ftiótide, se habían establecido en las costas suroccidentales anatólicas. Los heráclidas, al frente de los dorios, se lanzaron sobre el Peloponeso, conmocionando los centros de poder allí existentes. Los tres jefes de los dorios serían Témeno, Cresfontes y Aristodemo. Según el relato mítico, penetraron en el Peloponeso por el Norte, desde el golfo de Corinto, en el que habían desembarcado. Indagaciones dialectales hacen pensar que ocuparon una extensa porción anular de la península peloponésica. Derrotaron al hijo de Orestes, Tisámeno, que por entonces gobernaba en todo el Peloponeso. A Témeno le correspondió el territorio de Argólida, a Cresfontes le tocó Mesenia, y a los hijos gemelos de Aristodemo, Eurístenes y Procles, se les otorgó Laconia. Estos acontecimientos son fechados por la tradición mítica unos sesenta años después de la guerra de Troya.

Los nombres de Esparta y Lacedemonia aparecen tanto en “La Ilíada” como en “La Odisea”, pero no lo hacen como denominaciones exactas de la ciudad y la región, sino sólo como vagos lugares vinculados al legendario palacio del rey Menelao. La descripción que aparece en “La Odisea” del viaje de Telémaco desde Pilos a Esparta no se ajusta a los elementos paisajísticos reales de ese recorrido, sino que está totalmente fantaseada o alude a una ubicación distinta a la de la Esparta posterior. Las excavaciones arqueológicas realizadas en Esparta indican que los establecimientos poblacionales surgieron allí a principios del siglo IX a.C. Los fragmentos cerámicos, los adornos y las figuritas de marfil del primitivo contexto arqueológico espartano son similares a los de otras regiones griegas. Es reseñable la afinidad existente entre la cerámica geométrica de Esparta y ciertas vajillas de Delfos, importante centro de culto panhelénico.

El surgimiento del estado espartano se encuentra estrechamente relacionado con la supuesta migración de las tribus dorias. Gentes dorias provocarían el que los hablantes de variedades dialectales aqueas quedasen relegados al núcleo central del Peloponeso. Aculturarían progresivamente a la población aquea que les quedó parcialmente sometida. Heródoto suministra una larga lista nominal de reyes espartanos, empezando por Heracles y su hijo Hilos, hasta llegar al siglo V a.C. La parte final de esa lista es históricamente aceptable, mientras que en la parte inicial es posible que se mezclen el mito y la memoria popular. Éforo hace referencia, al hablar de los orígenes de Esparta, a que algunos dorios crearon inicialmente un enclave fortificado en la parte superior del valle del Eurotas, en el distrito que más tarde se llamó Aygitis. Desde el Norte, fueron ocupando de forma masiva y gradual el valle. Éforo no alude a que ese proceso migratorio fuese acompañado de la subyugación generalizada de la población preexistente. Heródoto y Tucídides señalan que tras la violenta ocupación de Laconia por los dorios, hubo en la región un prolongado período de luchas internas, así como enfrentamientos con gentes de otras regiones. Según Tucídides, transcurrió al menos un siglo desde los inicios de la gradual invasión doria del Peloponeso hasta la formación de un sólido régimen estatal en Esparta. Pero estos datos cronológicos resultan imprecisos y difícilmente ajustables. Durante la prolongada lucha desarrollada en Laconia se operó la transición hacia una sociedad clasista, formándose por iniciativa de la clase dominante el estado espartano.


LA ESPARCIDA

En el siglo IX a.C., los conquistadores dorios, que ya controlaban toda Laconia, se concentraron en un lugar estratégico del valle del Eurotas, estableciendo allí cinco poblaciones que configuraron Esparta, “la esparcida”. Este peculiar modo de originar un foro político revela que los dorios tenían una organización social basada en la familia patriarcal. Los dorios estaban divididos en tres fíleas: Panfilios, Hileos y Dimanes. Una vez asentados en Esparta, se subdividieron complementariamente en grupos relacionados con las distintas aldeas. Al sinecismo inicial de las aldeas de Pitana, Mesoa, Limnai y Cinosura se añadió después Amiclas. El territorio lacedemonio fue compartimentado en distritos, llamados “obas”. Esta última división no se basó en las relaciones gentilicias, sino en la voluntad de organizar política y militarmente las tierras sometidas al emergente poder espartano. El entramado de la ciudad de Esparta, que contaba con espacios libres entre las aldeas, se verá progresivamente salpicado por numerosas tumbas de héroes y reyes.

Entre los aqueos que sufrieron las invasiones, algunos optaron por emigrar y otros quedaron sojuzgados. Probablemente parte de la nobleza aquea se integró en el seno de la clase dominante de los conquistadores dorios. Heródoto señala que el rey espartano Cleómenes I, al ser interrogado por la sacerdotisa de la diosa Atenea, respondió que era aqueo, y no dorio. En opinión de Heródoto, una de las dos dinastías de los reyes espartanos era de estirpe aquea. Este mismo autor relata la tradición existente sobre los minios, que, trasladados desde Lemnos a Laconia, pasaron a formar parte de la ciudadanía espartana. Esta llegada provocó luego en Esparta una lucha sociopolítica que se saldó con el envío de los vencidos a la isla de Thera. Los acontecimientos considerados debieron de tener lugar a fines del siglo IX a.C. La tradición que se refiere a los minios puede simbólicamente integrarse en el período de la larga lucha de los dorios por la posesión de Laconia, y parece corroborar la procedencia mixta de la clase dominante espartana. Algunas inscripciones halladas en la isla de Thera están posiblemente relacionadas con el arribo de un importante contingente humano procedente de Laconia.


LOS ILOTAS

Dentro de la compleja sociedad espartana nos encontramos con dos grupos marginados pero numéricamente importantes: ilotas y periecos. Los ilotas constituían una población mayoritariamente agrícola. Hay quien ve en ellos a la original población aquea sometida por los conquistadores dorios. Muchos de los mesenios sojuzgados por Esparta quedaron luego incluidos entre los ilotas. Las tradiciones históricas vinculan el recrudecimiento de la opresión espartana ejercida sobre los ilotas con la agudización de las luchas sociales mantenidas durante generaciones. Parece que fue tras las guerras mesenias cuando la clase dominante espartana, organizada como colectividad militar, distribuyó las tierras del valle del Eurotas en parcelas iguales, “cleros”, que pasaron a ser explotadas hereditariamente por las familias adjudicatarias. Sin embargo, la propiedad jurídica de la tierra quedó en manos de la comunidad de espartanos, que ejercía un control permanente sobre los propietarios de los “cleros”. Los campesinos ilotas fueron fijados a los “cleros”, cuyas tierras debían trabajar y hacer producir, bajo la vigilancia de personas designadas por el estado. A los mismos espartanos les estaba prohibido permanecer mucho tiempo en los “cleros”.

La posición social primigenia de los ilotas es bastante desconocida. Ya en el siglo VII a.C. su situación se aproximaba a la de los esclavos. Pero apreciamos diferencias radicales entre el ilotismo y la esclavitud. Los ilotas no eran propiedad privada de los espartanos. No eran explotados por éstos de forma directa. Tenían autonomía en el trabajo que desarrollaban en las tierras de los “cleros”. Estaban obligados a pagar a los espartiatas un determinado canon sobre sus rentas agrícolas. Podían mantener sus estructuras familiares y vivir en sus tradicionales aldeas. Sólo el estado tenía derechos sobre la vida y la muerte de los ilotas. No se puede llamar a los ilotas esclavos del estado, pues éste no podía venderlos. Pólux definió la posición de los ilotas como intermedia entre la de esclavos y gentes libres. En opinión de Oliva, la dependencia de los ilotas no era resultado de la gradual diferenciación de clases, sino de la agresiva expansión espartana. Al mismo tiempo que los ilotas, existían en Esparta esclavos en el sentido literal de la palabra. Plutarco veía en el ilotismo un sistema cruel e ilegal. Critias afirmó con agudeza que en Esparta podían encontrarse los más esclavizados de todos los hombres y los más libres de los libres.

Sabemos cuáles eran muchas de las penurias por las que pasaban los ilotas. Los espartiatas mantenían hacia ellos una actitud arrogante. Los ilotas tenían que llevar vestimentas especiales y eran azotados anualmente para que recordasen su inferioridad social. Se les emborrachaba para que cantasen y bailasen ridículamente, y de ese modo alejar a los jóvenes espartanos de tales comportamientos. Los éforos, al asumir su cargo, ejecutaban el rito de la declaración de guerra a los ilotas, para así poder matar a unos cuantos, como si de una celebración tradicional se tratase. Algunos espartanos se sentían en cierta manera más confiados y preparados para la guerra al matar iniciática o ritualmente a un ilota. Regularmente se decretaba la realización de expediciones llamadas criptias, durante las cuales los guerreros espartanos se dispersaban por las regiones rurales para realizar matanzas en los villorrios de los ilotas. Pero, paradójicamente, en momentos críticos para la supervivencia del estado, los espartanos recurrieron a los ilotas para fortalecer su desnutrido ejército, concediéndoles a cambio la libertad. Estos individuos, llamados “neodamodeis”, revelan cierta movilidad social en el seno de la rígida sociedad espartana.


LOS PERIECOS

Acerca del origen de los periecos se han propuesto principalmente dos teorías. Pudieran ser descendientes de las primitivas etnias aqueas relegadas a los extremos del territorio lacedemonio. Otra opinión los ve como el resultado de ciertas desigualdades surgidas en el momento de instalación de los dorios. Serían en este sentido dorios poco favorecidos en la apropiación del territorio conquistado. Los periecos residían en comunidades situadas en áreas marginales de Laconia. Ocupaban tierras con menos rendimiento que las del valle del Eurotas o Mesenia. Aunque no tenían derechos políticos, gozaban de cierta autonomía administrativa en sus aldeas. No tenían milicia propia. Su integración en el ejército espartano no era plena, pues constituían escuadrones diferenciados y no podían acceder a los puestos de mando. Tenían que pagar determinados impuestos, y eran económicamente muy activos. Además de cubrir sus necesidades agrícolas, se involucraban en actividades económicas mal consideradas por la oficialidad espartana, como la artesanía, el comercio y la navegación. Todos estos elementos convertían la posición social de los periecos en algo no demasiado desfavorable.

Los poblados de los periecos eran relativamente voluminosos, y estaban marcadamente separados de los enclaves espartanos e ilotas. Se encontraban principalmente en el litoral, en las estribaciones occidentales del Parnón y en la región de la Escirítida. Éforo pensaba que originariamente los periecos habían tenido los mismos derechos que los espartanos. Fue al parecer el rey Agis el que los convirtió en tributarios, arrebatándoles sus prerrogativas políticas. Éforo consideraba que no eran los aqueos los que se habían convertido en periecos, sino los forasteros que se habían instalado en los sitios abandonados por los aqueos. Pudiera ser que los periecos no fuesen incluidos con una sola acción radical en el estado espartano, sino que inicialmente sus comunidades serían aliadas de la potencia militar espartana, que más tarde las sometería. Según la información suministrada por geógrafos e historiadores clásicos, había en la región espartana unos cien enclaves de periecos, los cuales estaban dotados de unos recursos demográficos importantes.

En época tardía algunos periecos ricos pagaron una elevada cuota para ingresar en las prestigiosas asociaciones comunitarias espartanas. Por tanto se desarrollaron diferenciaciones socioeconómicas entre los propios periecos. Oliva considera que los espartanos, tras ocupar el valle del Eurotas, fueron extendiendo su dominio hacia zonas adyacentes menos fértiles en las que se habían establecido otros dorios, a los que convirtieron en periecos. Este autor piensa que los orígenes étnicos de los periecos eran heterogéneos, si bien con una predominancia doria. En los distintos poblados de periecos había peculiaridades étnicas, culturales y profesionales. La supervisión de los asuntos de las comunidades periecas quedó encomendada a oficiales espartanos especiales, los harmostes. Píndaro hace referencia de pasada a veinte harmostes, lo que ha llevado a pensar que el territorio perieco pudo estar dividido en veinte distritos. Entre los periecos y los extranjeros había ciertas similitudes, en cuanto a que ambos grupos no tenían ciudadanía ni derechos políticos. Pero los espartanos veían desde una perspectiva distinta a periecos y extranjeros, pues los primeros podían ser en situaciones de urgencia valiosos aliados militares. Los periecos se enorgullecían de llevar junto a los espartanos el nombre de lacedemonios. El prestigio de las armas espartanas se debió también a ellos. No protagonizaron acciones hostiles combinadas contra los espartarnos, por lo que ganaron fama de ser hombres de honor, cumplidores de sus alianzas.


LA RETRA DE LICURGO

Dentro de las legislaciones arcaicas una de las más peculiares es la de Esparta, tanto por su casi legendario legislador, Licurgo, como por el especial carácter de la normativa que éste otorgó o transmitió a los espartanos. La pieza clave de la normativa ancestral de la ciudad era la Retra, en la que se prohibía la existencia de leyes escritas. Siguiendo la más pura tradición homérica, los magistrados espartanos juzgaban de acuerdo con su propio criterio. Las historias referidas a Licurgo y a su Retra parecen un ejemplo de codificación de normas ancestrales, quizá entremezcladas con algunos elementos novedosos. No es fácil fechar la época en que tuvo lugar la vida y la obra de Licurgo, de cuya existencia han llegado a dudar algunos historiadores en base al probable desarrollo gradual de la legislación espartana. Es posible que Licurgo viviese en los dos primeros tercios del siglo VII a.C. Se ha relacionado su actividad normativa con una situación de conflicto desarrollada en el seno de Esparta. Estas convulsiones podrían corresponderse con las consecuencias de la batalla de Hysias, librada hacia el año 669 a.C., en la que Esparta fue severamente derrotada por una coalición de argivos y mesenios, durante la segunda guerra mesenia. Por entonces parece que Esparta optó por reestructurar su aparato militar, introduciendo el ejército hoplítico. Ello produjo importantes desequilibrios sociales que justificarían la vigorosa acción de un legislador.

Plutarco, biógrafo de Licurgo, afirma que no es posible decir algo de éste que no sea discutible. Como ocurría en ocasiones entre los legisladores arcaicos, Licurgo recibió la sanción divina del Apolo Délfico en su intento de dotar de un buen gobierno, “eunomia”, a su ciudad. La acción codificadora de Licurgo, conocida como la Retra, contempla varios frentes, entre los que cabe destacar la reestructuración política del estado, ejecutada a través de la definición de las funciones de los reyes, el consejo de ancianos y la asamblea popular. De los testimonios conservados parece deducirse la primitiva preeminencia de los reyes y el consejo aristocrático. Esta preponderancia quedó barnizada en el código de Licurgo con un suave color popular que calmase la problemática situación social. Muy pronto, en el reinado de Teopompo y Polidoro, se añadió una norma según la cual, en caso de discrepancia con el “damos”, la decisión última correspondería a reyes y aristócratas. La Retra se ocupó también del problema de la tierra, resuelto mediante la adopción de un expansionismo militarista. Las tierras asignadas a los ciudadanos contarían con trabajadores ilotas, mientras que las tierras poco fértiles se dejarían en manos de los periecos. Los ciudadanos debían participar de comidas en común, “syssitia”, medida pretendidamente igualitaria con la que se llegó a combatir los dispendios privados. Esta institución formaba parte de un amplio conjunto de disposiciones que garantizaban una educación, unas normas de comportamiento y un transfondo ideológico, “agogé”, que sirviese de guía a todos los ciudadanos. Parece evidente la relación de este sistema, basado en una férrea disciplina y obediencia, con la nueva estructuración militar de la falange hoplítica, organizada a partir de las tres tribus dorias y reclutada en función de las aldeas de residencia. Este conjunto de medidas buscaba la materialización de la “eunomia” a través de la acción gubernativa. Simbólicamente los ciudadanos serían llamados “homoioi”, iguales. Se imponía por tanto un régimen comunalista y de corte militar, en el que la educación de los individuos era estrechamente controlada por el estado, que diseñaba así cómo iban a ser sus futuros hombres y soldados.

A Licurgo se le atribuyeron toda una serie de dichos sentenciosos, relacionados con la subordinación de los intereses privados al bien común. Su voluntad de no hacer uso de leyes escritas parece que fue rigurosamente respetada en Esparta. El que a Licurgo se le llegasen a rendir cierto tipo de honores de carácter próximo al heroico no prueba que llegase a ser considerado un dios, como se ha propuesto, relacionándole con la veneración de la luz. El cese de la agitación social provocado por la conquista de las fértiles tierras mesenias favoreció la puesta en práctica de las reformas económicas atribuidas a Licurgo. El “buen gobierno”, marcadamente prooligárquico, fue más bien consecuencia de una adecuada distribución de la tierra. Parece que Licurgo es el punto de llegada de toda una serie de antiguas tendencias legislativas espartanas, adecuadamente reformuladas conforme a las nuevas situaciones sociopolíticas. Tucídides indica que gracias a su peculiar legislación, Esparta se libró de la onerosa presencia de los tiranos. Pero desde sus inicios la “eunomia” tuvo que recurrir a un duro sistema policial que se les hizo especialmente gravoso a ilotas y mesenios. La normativa de Licurgo hacía que el ciudadano quedase sometido al gobierno de los mejores, “aristoi”, que formaban la “gerusía” y que tenían su cúspide en los reyes. Sólo el auge de la magistratura del eforado, cargo al que podía optar cualquier ciudadano, puso en el futuro ciertas trabas al sistema diseñado por Licurgo. Una versión fantaseada de la muerte del legislador indica que se quitó la vida fuera de la ciudad tras haber hecho jurar a los espartanos que respetarían sus leyes hasta que él volviese.


LAS INSTITUCIONES POLÍTICAS

El estado espartano de los siglos IX y VIII a.C. representaba una verdadera organización militar. La misma era liderada por dos reyes, pertenecientes a las dinastías de los Agíadas y los Euripóntidas. Eran los jefes militares supremos. Su poder era más marcado durante las campañas bélicas emprendidas contra enemigos exteriores. En la vida interna del estado sus funciones tenían importantes limitaciones. Formaban parte de la “gerusía”, consejo aristocrático de ancianos. Eran sacerdotes en diversos cultos rendidos a las divinidades. Inspeccionaban la justa distribución y utilización de las parcelas dentro de la colectividad autárquica espartana. En época avanzada los reyes ordenaban los matrimonios de las doncellas herederas de los “cleros” familiares. Hay diversas suposiciones en torno al origen de la diarquía espartana. Puede que ésta reflejase la unión de dos contingentes humanos diferenciados, cada uno de los cuales habría tenido su propio jefe. Pudiera haber ocurrido que la primigenia familia real, debilitada, se hubiera visto obligada a admitir un régimen de igualdad con una familia aristocrática de creciente e intrigante poder. Otra explicación viene dada en relación al hecho de que Esparta tuviese protectores heroicos gemelos, Cástor y Pólux. Y es que pudieron haber nacido dos herederos gemelos al trono, ninguno de los cuales habría sido desposeído de sus derechos dinásticos.

El poder de los reyes estaba ligado a la “gerusía”. Ésta se componía de 28 ancianos no menores de 60 años que, en los tiempos históricamente conocidos, eran elegibles. Junto a los reyes, los gerontes atendían los asuntos que afectaban a la comunidad espartana. La “gerusía” era el tribunal supremo y el consejo militar consultivo. Había tenido un origen muy antiguo, anterior en todo caso a la codificación efectuada por Licurgo. El órgano supremo del estado espartano era la asamblea popular, “apella”, que se componía de todos los espartanos mayores de edad que gozaban de plenos derechos. El papel efectivo de la “apella” en la vida política de Esparta no era grande, pues carecía de iniciativa legislativa. Era la depositaria de la soberanía del estado lacedemonio, en cuanto a que su consentimiento era necesario para emprender muchas acciones. Intervenían en sus sesiones los reyes y algunos altos funcionarios. La asamblea reaccionaba frente a las ponencias con gritos. En torno a los gritos más fuertes se empezaban a arremolinar las distintas corrientes de opinión. Aristóteles, aunque simpatizaba con el régimen espartano, calificaba como pueril el curso de las sesiones de la “apella”. Es probable que durante el período durante el cual se formó el estado espartano la importancia de la asamblea popular fuese bastante más destacada que en tiempos ya tardíos.

Una particularidad del régimen espartano consistía en la existencia de un colegio de cinco éforos. Los historiadores griegos dudaban mucho acerca del origen y carácter intrínseco del eforado. Algunos lo veían como un pilar del régimen lacedemonio. Otros consideraban el eforado como un agregado posterior a la organización estatal primigenia. Mientras que unos autores interpretaban que el eforado era un órgano salvador del estado, otros lo entendían como una institución que perjudicaba los principios fundamentales del régimen espartano. Esta antigua polémica historiográfica se veía alimentada por la encarnizada lucha entre oligarcas y demócratas en la Grecia de los siglos IV y III a.C. Los éforos, que en sus orígenes estaban bastante por debajo de los dos monarcas, llegaron a desempeñar funciones cada vez más destacadas en la vida política de Esparta. El eforado había surgido en calidad de órgano de representantes de las cinco aldeas en las cuales se hallaba dividida la ciudad. El colegio de los éforos llegó a ser independiente, tanto de la “gerusía” como de los reyes. Los éforos estaban incluso contrapuestos a esos poderes, equilibrándolos y rebatiéndolos. Al asumir su cargo, firmaban una especie de tratado con los reyes, garantizándoles el poder a cambio de su fiel observancia de las leyes. Aristóteles veía en la organización estatal espartana una cierta dualidad. En su “Política” afirma que Teopompo había reducido las prerrogativas del poder real recurriendo a la instalación del eforado. A la vez que desempeñaban sus cometidos de control político, los éforos intentaban que ilotas y periecos mantuviesen su obediencia hacia la comunidad espartana. Con métodos bestiales trataban de prevenir las sublevaciones de los ilotas, que se sucedían con notable intensidad. El proceso de elección de los éforos, abierto a todos los espartiatas, es probable que se acompañase de rituales religiosos. Los éforos se convirtieron en garantes del sistema constitucional espartano. Podían actuar como jueces en asuntos civiles e incluso mandar unidades militares. Recibían a los embajadores foráneos, supervisaban las labores de los funcionarios y velaban por la educación de los niños. Uno de los éforos más conocidos de Esparta fue Quilón, que asumió el cargo hacia el año 556 a.C., robusteciendo considerablemente la institución. Quilón favoreció la militarización de la vida cotidiana de los espartanos, la educación castrense de la juventud y una política exterior contundente, difundiendo estos principios desde los órganos representativos y mediante poemas de tipo elegíaco. Se decía que Quilón murió de alegría en los brazos de su hijo al celebrar la victoria de éste en una prueba olímpica.


EUGENESIA VIL

La reducida comunidad espartana, para poder tener dominada a la ingente mayoría de la población laconia, se valía de una constante tensión bélica y de un permanente estado de preparación militar. Estas circunstancias habían marcado las formas de vida de los espartiatas, que se convirtieron en una clase dominante militarizada. El estado espartano había surgido sobre la base de formas muy primitivas de explotación de la sojuzgada población agrícola. El control sobre las tierras de cultivo garantizó a la aristocracia la definición de un rígido sistema estatal. Los aristócratas reformularon de acuerdo con sus intereses las instituciones que fueron surgiendo desde la época de descomposición del régimen comunal. El sistema político espartano fue uno de los primeros pasos hacia la configuración en la antigua Grecia de la ciudad-estado, entendiendo inicialmente ésta como aparato opresor utilizado por la clase dominante. En la organización del régimen espartano ocupaba un lugar determinante la educación político-militar de los ciudadanos. La vida de todo espartano, desde el mismo momento de nacer, se hallaba bajo la vigilancia estatal. Un consejo de ancianos decidía si el recién nacido tenía derecho a vivir o si debía ser eliminado al observársele algún defecto. El monte Taigeto solía ser el lugar donde se abandonaba o desde el que se arrojaba a los bebés que no superaban este examen inicial. Se trata de una práctica bárbara supuestamente justificada para evitar los quehaceres innecesarios de sacar adelante a alguien débil, que previsiblemente podía aportar poco a la comunidad. Es un tipo de eugenesia vil, que coloca a los hombres por debajo de las especies animales, en las cuales los individuos teóricamente más débiles suelen sucumbir antes en el medio natural. El estudio de los huesos arrojados desde el Taigeto revela que muchos de ellos corresponden a adultos, lo que hace suponer que éstos habrían sido despeñados por cometer acciones delictivas o por haber incurrido en alta traición.


LA EDUCACIÓN Y EL MILITARISMO

Hasta los siete años los niños varones vivían con sus familias. En ese período ya se acostumbraban al frío, al calor, a la oscuridad y a diversas carencias de comodidades. Podían ser en ocasiones bañados ritualmente en vino mezclado con alucinógenos cutáneos. A los siete años los niños eran reunidos en grupos que estaban a cargo de educadores estatales. Eran adiestrados con rigor en prácticas gimnásticas. Se les sometía a privaciones e inclemencias, de modo que aprendieran a reaccionar ante el hambre y las adversidades. Se coartaban sus tendencias individualistas. Se le enseñaba a cada niño a competir con sus compañeros, pero aclarándole que todos los espartiatas eran y estaban destinados a ser lo mismo: “Aristoi”, es decir, “los mejores”. Los niños aprendían rudimentariamente a leer, a escribir y a cantar, principalmente los himnos de Tirteo. Desde los doce años crecía su familiarización con las armas y con las marchas en formación. Se les inculcaba una forma de expresarse parca en palabras, pero densa en contenido. Iban con frecuencia descalzos, y vestidos tan sólo con un manto de lana de una pieza. Debían aprender a robar, pero sin ser descubiertos, pues si se les pillaba robando eran duramente castigados. Dormían en un lecho de cañas confeccionado por ellos mismos. Podían tener criados, que paradójicamente vivían a veces mejor que ellos. Hacia los quince años, al convertirse en efebos, podían dejar de estar rapados y empezar a llevar el pelo largo. En él invertían mucho tiempo, para tenerlo limpio y perfumado. Consideraban que les hacía a la vez bellos y temibles. El pasar tanto tiempo entre varones favorecía el inicio de las relaciones homosexuales, si bien para la sociedad espartana eran prioritarias las relaciones heterosexuales, al ser éstas las que podían enriquecer de ciudadanos al estado. Se escogía a algunos de los jóvenes para sufrir o infringir a sus compañeros apaleamientos aleatorios. Su finalidad era aprender a resistir tanto el dolor en carne propia como la contemplación del dolor ajeno, para que llegado el momento del combate nada hiciese titubear al soldado. Algunas de estas prácticas sádicas realizadas a los jóvenes se convirtieron en época romana, cuando ya Esparta había perdido mucha importancia, en cruenta diversión tradicional, contemplada tanto por los habitantes de la ciudad como por curiosos extranjeros. A los dieciocho años el joven, ávido de emular las gestas de sus compatriotas mayores, alcanzaba la mayoría de edad, pudiendo participar en la dirección de los entrenamientos de los menores. Algunos de los jóvenes más capaces eran elegidos para participar en las brutales criptias, infame cacería de ilotas, en las que se mezclaban motivaciones policiales e iniciáticas. A los veinte años el joven pasaba a ser considerado un soldado, obediente hasta el extremo a su cadena de mando.

El militarismo espartano surgió como respuesta agresiva hacia las amenazas internas de descomposición del régimen institucional instaurado, así como para garantizar la defensa del territorio lacedemonio ante los enemigos exteriores. Las permanentes tensiones derivadas de un sistema de segregación social hacían indispensable la existencia de un ejército fuerte que intimidase lo suficiente como para poder mantener el injusto orden establecido. Las proyecciones belicistas de Esparta no rebasaron en mucho las de otras ciudades griegas, cuya afición por los conflictos militares hacía impensable el advenimiento de una Hélade unificada. El imperialismo espartano conoció y respetó sus propias limitaciones. La perfeccionada máquina de guerra espartana no se ponía en funcionamiento por cualquier vana circunstancia, si bien hubo guerras emprendidas más por no generar sombra de cobardía que por necesidad real. El ejército era para las autoridades espartanas un bien tan precioso que normalmente procuraban utilizarlo sólo tras haber buscado soluciones diplomáticas. El espartano entendía su vida dentro del amplio objetivo de la defensa y el renombre de la comunidad. Los espartanos de pleno derecho que nutrían la milicia eran pocos, por lo que el recurso a los periecos e incluso a los ilotas era inevitable en ciertas circunstancias bélicas. Mientras que con los periecos la colaboración fue fluida y respetuosa, con los ilotas se actuó con tremenda dureza, no recompensando siempre la ayuda militar prestada por éstos. Si se hubiese enfatizado más la armonía social el ejército no habría tenido que realizar tantas acciones policiales, y hubiera podido centrarse más en los problemas diplomáticos con las potencias vecinas. Los escasos efectivos espartiatas debían recibir una rígida educación castrense para que el estado pudiera sobrevivir ante revueltas internas y agresiones exteriores. Las tropas espartanas, bien disciplinadas y entrenadas, lograron con frecuencia victorias sobre efectivos militares numéricamente superiores, si bien la multiplicación de sus intervenciones acarreó también sonadas derrotas. La idea de vencer a Esparta suponía vencer al ejército más afamado, lo que infundía un coraje suplementario a los enemigos. A pesar de las reticencias aristocráticas, se observó en Esparta el lento tránsito desde una primitiva nobleza dedicada a la defensa del estado hacia una mayor extensión social de la práctica de las virtudes militares.

En la vida cotidiana de los espartanos existían hábitos de remoto origen. Había establecidas agrupaciones sociales en función de la edad. El asociacionismo era un elemento fundamental para la integración del individuo en el seno de la comunidad. Estas agrupaciones sociales tenían lugares especiales para reunirse, las “lesquias”. En ellos se realizaban ágapes comunes y se organizaban diversiones. Los jóvenes y los guerreros adultos pasaban gran parte de su tiempo en estas reuniones de ocio, las cuales eran financiadas con las aportaciones de todos los espartiatas. Las mujeres, que quedaban fuera de estas agrupaciones, eran en cambio protagonistas en la vida familiar. Se aprecian algunas supervivencias preclasistas en las costumbres espartanas relativas a la vida familiar. Por ejemplo, el rito con que se celebraba el matrimonio consistía en el rapto de la doncella novia. Su inspiración tal vez se remonta a épocas inestables en las que se producían raptos reales de las mujeres de otros grupos gentilicios. La familia más corriente era la monógama, si bien se admitían a veces relaciones sexuales extramatrimoniales, tanto para el marido como para la mujer. Las relaciones extramaritales de la esposa podían tener como fin el proporcionar un heredero a un matrimonio sin hijos. Se daban en Esparta casos de poliandria, en los que varios hermanos compartían la misma esposa y los mismos hijos. Aristóteles se quejaba de que la libertad de las mujeres espartanas era mayor que en otras ciudades griegas. Esta liberalidad de las mujeres lacedemonias tenía expresión directa en sus ropas. Llevaban con frecuencia prendas cortas que facilitaban sus movimientos, y tomaban parte en los ejercicios atléticos. Usaban el peplo arcaico, pero sin coser por el costado, lo que dejaba ver mejor su cuerpo. Luchando en la palestra o participando en competiciones atléticas era normal que fueran desnudas o casi desnudas, al igual que en algunas festividades y ceremonias religiosas. Así mostraban a la vez su fuerza y su belleza. Las mujeres espartanas que asistían como espectadoras a las Olimpiadas eran únicamente las jóvenes que buscaban esposo. En su educación se potenciaba lo físico de cara al alumbramiento de los futuros soldados, en detrimento de las demás formas de cultura. Las mujeres más valoradas no eran las más bellas, finas o con gracia, sino las más atléticas. Podían heredar de sus padres, y solían administrar los recursos familiares. Se las preparaba para que no se dejasen arrastrar por los sentimientos. No debían fomentar en sus hijos y esposos los caprichos o la molicie, sino recordarles su deber: “Espartano, vuelve con tu escudo o sobre él”. Es decir, vuelve habiendo combatido bien, vivo (sin haber huido tirando tu pesado escudo) o muerto (llevado honoríficamente sobre él).

En la sociedad espartana el celibato estaba muy mal visto, pues la procreación era básica para contrarrestar la limitada demografía del estado. Los excesos del culto al cuerpo generaron en Esparta una gran variabilidad de tipos de prácticas sexuales, entre las que figuraba la pederastia. Ésta acarrearía con frecuencia trastornos psicológicos en los menores, por muy admitida socialmente que estuviese. La bisexualidad era común, sin que derivase en amaneramiento. La vida sana y atlética de los espartanos les habría llevado a alcanzar una media de edad avanzada si no hubiese sido por los desgastes, heridas, mutilaciones y enfermedades que conllevaba la guerra. Existía un gran respeto hacia los ancianos, como demuestran las características compositivas de la “gerusía”. Este respeto era aún mayor, según revela Tirteo, si el anciano había sido de joven un buen combatiente: “Al envejecer destaca entre sus conciudadanos y nadie / se atreve a faltarle en su honra y su derecho”. También expresa Tirteo la vergüenza que supone para el estado que, por la cobardía de los soldados jóvenes, un guerrero veterano quede tumbado en el suelo: “Y a vuestros mayores, que ya no conservan ligeras rodillas, / a los viejos, no les abandonéis atrás al retiraros. / Vergonzoso es, desde luego, que caiga en vanguardia / y quede ante los jóvenes tumbado un hombre ya maduro, / que tiene ya blanca la cabeza y canosa la barba / y queda exhalando su ánimo audaz en el polvo, / con el sexo cubierto de sangre en sus manos”. No era extraña la presencia de soldados muy veteranos en las contiendas, yendo la edad del guerrero desde los veinte a los sesenta años.


DE PROFESIÓN, SOLDADOS

El estado ejercía un fuerte control sobre las actividades agropecuarias y sobre el reparto de la producción. El ideal igualitario que se desarrolló entre los espartiatas iba acompañado de la austeridad. Tendían a apartarse de los elementos suntuarios que podían entorpecer y menoscabar su preparación física y militar. El desprecio que los espartiatas mostraron hacia el trabajo artesanal y las actividades económicas relegó estas prácticas principalmente a los ámbitos poblados por periecos. Los espartiatas consideraban que su profesión era la milicia, lo que les llevó a descuidar demasiado toda una serie de resortes económicos que habrían sostenido al estado en pie por más tiempo. Los influjos comerciales exteriores que Lacedemonia experimentó durante el siglo VII a.C. decrecieron en el siglo siguiente, lo que parece indicar la acentuación ideológica del rigor vital espartano. La austeridad no impedía el que se efectuasen operaciones de cambio. Sabemos que en Esparta hubo quienes, saltándose ideales igualitarios y limitaciones institucionales, se sintieron atraídos por la riqueza. Los monarcas y los éforos aceptaron en ocasiones sobornos. Muchos espartanos inscribieron equipos en las carreras olímpicas de carros, algo que entre los griegos era visto como signo de fortaleza económica. Las Olimpiadas eran un buen escaparate propagandístico, como ocurre aún actualmente, para mostrar los logros culturales de las potencias contendientes, circunstancia que no dejó de aprovechar Esparta.


LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

En el largo período de lucha por el dominio del territorio ocupado se fue formando el régimen militar espartano. El ejército estaba dividido en cinco agrupaciones combativas, “lochas”, una por cada una de las cinco aldeas espartanas. Cada “locha” se componía de destacamentos unidos por un juramento, “enomotias”, cuyos integrantes llevaban incluso en tiempos de paz un modo de vida en común, formando una especie de fraternidad llamada “syssition”. Las supervivencias de las relaciones tribales y gentilicias repercutieron sobre el carácter de la organización militar espartana. Las “enomotias” en tiempos primitivos manifestaban cierta independencia dentro de las circunstancias del combate, lo cual amenazaba la unidad y la disciplina de la milicia. Tal vez por ello en los siglos IX y VIII a.C. Esparta sufrió algunos descalabros en las luchas contra sus vecinos. Estos problemas fueron corregidos poco a poco, de modo que se consiguió una gran cohesión militar, alimentada además por la difusión oficial de una sólida conciencia patriótica. El soldado espartano, aunque se rompiera el orden de las filas, sabía seguir combatiendo hasta las últimas consecuencias. El orden que se quería imponer tanto en el ejército como en otras facetas de la vida comunitaria tuvo que generar al principio resistencias sociales, que se traducirían en inestabilidad interna. Incluso se podría decir que este orden no estuvo prácticamente nunca bien asentado en la sociedad espartana, dado el alto número de individuos que apenas tenían derechos.


LAS GUERRAS DE MESENIA

Las frecuentes conmociones internas de la primitiva Esparta originaron la migración de contingentes poblacionales hacia otros ámbitos, como al parecer las islas de Cythera y Thera. Tucídides narra los choques que mantuvo Esparta contra otras ciudades próximas en estos momentos de gestación de su sistema institucional. En un relato de Heródoto, encontramos una prolongada guerra perdida por Esparta ante Tegea, una de las ciudades de Arcadia. Entre las adversarias de Esparta estaba la ciudad de Argos, principal enclave de Argólida, la cual había conservado de forma más completa la herencia cultural micénica. Argos alcanzó el cénit de su poderío bajo el mando de Fidón, que según los relatos disponibles había sometido a su influencia gran parte del Noreste del Peloponeso. Otra de las tradicionales rivales peloponésicas de Esparta era la región de Mesenia, en cuyas costas durante la época micénica hubo importantes centros de poder estrechamente relacionados con Creta. Las regiones interiores de la llanura mesenia estaban en general culturalmente más atrasadas que las poblaciones costeras. Según las tradiciones históricas, Mesenia, al igual que Laconia, fue invadida por los dorios. Cresfontes, descendiente directo de Heracles, consanguíneo de los reyes espartanos, fundó en Mesenia una dinastía que llevó el nombre de su hijo Epites. Datos arqueológicos y dialectales confirman la presencia doria en Mesenia. Aunque los centros mesenios de cultura micénica fueron destruidos, parece que la población aquea no llegó a ser sojuzgada por la doria. En el fértil territorio mesenio se fusionaron parcialmente aqueos y dorios. Los poemas homéricos aluden a Mesenia como un territorio políticamente unificado. Esta visión también está presente en las tradiciones reformuladas por Pausanias. Las listas de los vencedores en los juegos olímpicos, conservadas en los fragmentos de Hipias de Elis, contienen nombres de mesenios hasta mediados del siglo VIII a.C. Ello testimonia la autonomía política que por entonces tuvo Mesenia, y es igualmente signo de un elevado desarrollo cultural. Eurípides en su tragedia “Cresfontes” habla de la antigua Mesenia como una región libre y autónoma. Pero en Mesenia no había aparecido ninguna formación estatal que fuera capaz de defender ante Esparta su ulterior existencia independiente.

En la segunda mitad del siglo VIII a.C., Esparta se lanzó a la conquista de Mesenia. Las guerras de Mesenia se nos han conservado bastante fabuladas en Pausanias, el cual utilizó como fuente dos epopeyas alejandrinas escritas por Mirón y Rhianus. Material más fidedigno halló su reflejo en los versos del poeta Tirteo, mucho más próximo a los hechos. La primera de estas guerras se presenta como una invasión de los espartanos en las ricas tierras de Mesenia con el propósito de anexionarlas a Laconia. El héroe mesenio en el conflicto fue Aristodemo, el cual, tras resistir durante algún tiempo en el monte Itome, sucumbió a las armas espartanas. Mesenia se sometió a Esparta, y se comprometió a pagar a ésta un tributo consistente en la mitad de cada cosecha anual. Los mesenios quedaron en una situación similar a la de los ilotas. La victoria sobre Mesenia no mejoró esencialmente la posición de los espartanos, que tenían que emplear enormes fuerzas para mantenerla en la obediencia. Tras esta guerra se sublevaron en Esparta los partenios, pertenecientes al sector de la población privado de derechos civiles. Los partenios eran los hijos nacidos fuera del matrimonio y los hijos que tuvieron las mujeres espartanas que se unieron durante la primera guerra mesenia a otros varones lacedemonios o periecos. Su rebelión fue aplastada. Los insurgentes se vieron obligados a abandonar Esparta y a emigrar hacia el litoral meridional de Italia, donde fundaron hacia el año 706 a.C. la colonia de Tarento, ciudad que prosperó, y que sigue siendo en la actualidad un gran centro portuario. El encargado de dirigir la empresa colonial como “oikistés” fue Falanto.

Los mesenios se revolvieron de nuevo contra el yugo laconio hacia el año 670 a.C., dando lugar a la segunda guerra mesenia. La rebelión estalló en la parte septentrional de la llanura mesenia, en la región de Andania. Los sublevados, liderados por el rey epítida Aristómenes, se aliaron con Arcadia, Élida y Argos. Durante los primeros compases de la guerra, los espartanos sufrieron constantes derrotas. La más significativa fue la de Hysias, en la que los enemigos de Esparta usaron las nuevas técnicas de choque de la falange compacta. Los trovadores mesenios compusieron por entonces canciones épicas para alentar al pueblo. Los soldados mesenios combatieron con brillantez, pero la traición de sus aliados hizo que los avatares de la guerra empezasen a favorecer a los espartanos. Entre los traidores destacó especialmente el rey arcadio Aristócrates. En la decisiva batalla del Gran Foso, librada hacia el décimo año de la guerra, Mesenia fue derrotada. En esta batalla Esparta aplicó por vez primera el tipo de combate hoplítico, cuyo perfeccionamiento desde entonces entre los lacedemonios fue constante. La resistencia de los mesenios continuó durante más de una década en el monte Ira, ya en los límites de Arcadia. Los mesenios capitularon bajo la condición de poder trasladarse libremente a otras regiones peloponésicas. Los que decidieron quedarse en las regiones del interior de Mesenia adquirieron el status de ilotas, mientras que a los de la costa se les trató como a periecos.


TIRTEO, EL POETA PELIGROSO

La lírica de Tirteo alude al duro enfrentamiento que los espartanos sostuvieron con los mesenios. Expresa los deberes que los ciudadanos espartanos tienen hacia su polis. Tirteo describe coloristamente los combates y exhorta a los soldados lacedemonios a mantenerse en su puesto hasta la muerte. Los ideales que defiende tienen claras resonancias aristocráticas, y son al mismo tiempo el paradigma de la naciente ideología hoplítica. Uno de los fragmentos poéticos de Tirteo recoge lo que pudiera ser una paráfrasis de la Retra de Licurgo, puesta en boca de Apolo: “Que manden en consejo los reyes que aprecian los dioses, / ellos tienen a su cargo esta amable ciudad de Esparta, / y los ancianos ilustres, y luego los hombres del pueblo, / que se pondrán de acuerdo para honestos decretos. / Que expongan de palabra lo bueno y practiquen lo justo / en todo, y que nada torcido maquinen en esta ciudad. / Y al conjunto del pueblo le atañe el poder y el triunfo”. En estos versos se aprecia la búsqueda de la “eunomia” o buen gobierno en medio de las difíciles circunstancias bélicas. Suena algo demagógico el atribuir el poder al pueblo, cuando en realidad la gran mayoría de los espartanos apenas tenía derechos políticos. Tirteo alienta a los soldados espartanos para que su coordinado comportamiento militar sea valeroso: “Avancemos trabando muralla de cóncavos escudos, / marchando en hileras Panfilios, Hileos y Dimanes, / y blandiendo en las manos, homicidas, las lanzas. / De tal modo, confiándonos a los eternos dioses, / sin tardanza acatemos las órdenes de los capitanes, / y todos al punto vayamos a la ruda refriega, / alzándonos firmes enfrente de esos lanceros”. Se alude aquí orgullosamente a las tres fíleas en que se dividían los antepasados dorios de los espartanos. Se aprecia el recurso a lo trascendente para reforzar el ánimo de los guerreros, práctica habitual en muchos ejércitos, al estar dirimiéndose algo tan serio como la posibilidad de morir. También se incide en la importancia de la disciplina y de la velocidad en el cumplimiento de las órdenes de los superiores, factores decisivos para imponerse a los contrarios.

Los versos de Tirteo, que quizás personalmente participó en la guerra, hacen referencia también a la integración del individuo dentro del organismo de la polis, concebida ésta como un conjunto de contrapartidas mutuas: “Que lo más amargo de todo es andar de mendigo, / abandonando la propia ciudad y sus fértiles campos, / y marchar al exilio con padre y madre ya ancianos, / seguido de los hijos y de la legítima esposa. (…) Entonces con coraje luchemos por la patria y los hijos, / y muramos sin escatimarles ahora nuestras vidas”. El sentimiento que debe unir al espartano con su ciudad natal le exige, en caso de necesidad, el supremo esfuerzo de su sacrificio personal en favor de la colectividad, entregar su vida para alargar la vida del estado. Sus hijos le revivirán, su familia se prolongará en el tiempo mientras exista la ciudad. De ahí la obsesión por alumbrar nuevos ciudadanos, capaces de mantener vivo el legado de los anteriores, y a ser posible incrementarlo. La memoria colectiva impedirá que sean olvidados los que murieron defendiendo la causa de su polis. Late en los poemas de Tirteo el peligroso y manido ideal de la “bella muerte”, utilizado por los estados para conseguir la fidelidad a ultranza de sus soldados. Esta muerte teóricamente hermosa consiste en morir combatiendo, morir joven, en la vanguardia del ejército, no por la gloria personal, sino por la gloria de su ciudad, por la perduración de la misma: “Todo es bello en un joven, / mientras la flor flamante de amable juventud posee. / Es admirado por los hombres y suscita amor en las mujeres / mientras está vivo, y hermoso es si cae en la vanguardia. / Así que todo el mundo se afiance en sus pies / y se hinque en el suelo mordiendo con los dientes el labio”. Estas ideas nos pueden escandalizar ahora, pero en un antiguo contexto bélico encontraban eco en los ciudadanos, pues si ninguno de ellos estuviese dispuesto a defender su polis, ésta desaparecería o quedaría sometida a la voluntad de otra. Más difícil es conseguir el sacrificio de los ciudadanos si lo que está en disputa no es la soberanía y la defensa del propio territorio o de su ordenamiento civil, sino simplemente una caprichosa expansión, difícilmente justificable.

Tirteo contribuyó a extender en la sociedad espartana los ideales de la aristocracia, numéricamente escasa, pero sin llegar a convencer totalmente a la población del valor de su sacrificio, pues la representatividad política de cada hombre estaba sometida a filtros tremendamente clasistas. El estilo de Tirteo presenta fórmulas y tópicos homéricos, pero ya no para cantar las hazañas individuales, sino para motivar a los soldados que se instruyen en la novedosa forma de combatir hoplítica, en formación cerrada, con armamento pesado, avanzando en falange, uniendo los escudos y empuñando las lanzas o las espadas: “Id todos al cuerpo a cuerpo, con la lanza larga / o la espada herid y acabad con el fiero enemigo. / Poniendo pie junto a pie, apretando escudo contra escudo, / penacho junto a penacho y casco contra casco, / acercad pecho a pecho y luchad contra el contrario”. Entre los débiles argumentos con los que Tirteo intenta infundir valor a los soldados está la consideración de que ningún mortal va a escapar de la muerte, y siendo así, es mejor escoger una forma gloriosa de morir. El poeta Calino de Éfeso expresaba esa misma idea así: “Porque no está en el destino de un hombre escapar / a la muerte, ni aunque su estirpe viniera de dioses. / A menudo rehuye alguno el combate y el son de los dardos, / se pone a cubierto, y en casa le alcanza la muerte fatal. / Pero ése no va a ser recordado ni amado por el pueblo, / y al otro, si cae, lo lamentan el grande y el pequeño. / Pues a toda la gente le invade la nostalgia de un bravo / que supo morir. / Y si acaso pervive, es rival de los héroes, / porque a su paso le admiran cual si fuera una torre del muro”.

La mención de la noble estirpe y del favor de los dioses está en la siguiente arenga lírica de Tirteo: “Vamos, ya que sois del linaje de Heracles invencible, / tened valor, que aún Zeus no desvió de vosotros su rostro. / No os espante ni asuste el tropel de enemigos, / mas que cada soldado sostenga contra ellos su escudo, / y, sin tener en aprecio la vida, las Keres oscuras / de la Muerte acepte tan gratas como rayos de sol”. No se sabe con seguridad si Tirteo, el poeta “nacional” de Esparta, era realmente espartano o si llegó allí desde otra ciudad. Una hipótesis sitúa su lugar de nacimiento en Mileto. Otra teoría algo novelada indica que nació en la aldea ática de Aphidne. Según este último relato, los lacedemonios, obedeciendo al oráculo, pidieron a los atenienses que les enviasen un general que les dirigiese en la guerra contra los mesenios. Atenas les envió burlonamente a un maestro de escuela cojo y tuerto, Tirteo. Éste se ganó el favor de los espartanos, y empezó a componer para ellos cantos de guerra motivadores, conocidos como “peanes”. No sólo sirvieron para superar la difícil prueba de la guerra contra Mesenia, sino que se convirtieron luego en enseñanza habitual para los jóvenes guerreros espartanos, que los usaron como himnos. Tal vez algunos de estos versos resonaron en la mente de los soldados lacedemonios que en las Termópilas, en el 480 a.C., vieron junto a algunos cientos de guerreros tespios y tebanos cómo venía hacia ellos el inmenso ejército persa. Es de veracidad cuanto menos sospechosa el que fueran los atenienses los que enviasen a Tirteo a Esparta. Tal vez este relato surgió tras la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), en la que Esparta venció a Atenas, para señalar como causa profética de la derrota ateniense a Tirteo, cuyos versos contribuyeron a convertir a los soldados espartanos de muchas generaciones en extremadamente exaltados. Y es que hay poetas peligrosos. Quizás ni el mismo Tirteo esperaba que su lírica épica impregnase tan eficazmente durante siglos la ideología espartana: “¡Adelante hijos de los ciudadanos de Esparta, / la ciudad de los bravos guerreros! / Con la izquierda embrazad vuestro escudo / y la lanza con audacia blandid, / sin preocuparos de salvar vuestra vida; / que ésa no es costumbre de Esparta”.


ALCMÁN, EL LÍRICO CORAL

Junto a Tirteo hubo en Esparta, también en el siglo VII a.C., otro afamado poeta: Alcmán, dominador de los recursos literarios y líricos del dialecto dorio. Alcmán fue un agudo observador de su entorno, amante de la naturaleza y de la vida. Su obra se compone principalmente de cantos que coros de jóvenes recitaban en las fiestas en honor de las divinidades veneradas en Esparta. Alcmán apenas hace mención de las instituciones políticas de su tiempo. La temática de su lírica se centra en la naturaleza, que describe con gran intensidad. Alaba por ejemplo la paz de las noches espartanas, en las que todas las bestias duermen. La poesía de Alcmán se caracteriza por su rica ornamentación, su adjetivación prolija y su delicadeza sentimental, remitiéndonos a una Esparta todavía no tan austera como la de época clásica. Incorpora un aire solemne y sentencioso, y se pone al servicio de los ritos religiosos celebrados en la ciudad. El canto más extenso que de Alcmán se conserva es un “partenio”, escrito para ser cantado por un coro de mujeres jóvenes. En un fragmento del mismo se habla de dos mujeres, cuya rivalidad en belleza es comparada con una carrera de robustos corceles: “Pero yo canto la luz de Agido. / La veo como un sol, como ése / que Agido invoca que brille / para nosotros. Pero ni elogiarla / ni hacerle reproches me permite / la famosa directora del coro, en nada. / Porque ella me parece que se distingue / así como si uno colocara entre un rebaño / un caballo robusto, ganador de trofeos, / de cascos resonantes por los sueños alados. / ¿Acaso no la ves? Es un corcel del Véneto. / Pero la cabellera de mi prima Hagesícora / florece en destellos como el oro sin mácula. / Y es de plata su rostro. / ¿A qué decirlo más claramente? / Hagesícora está ahí. / Pero Agido, la segunda en belleza, tras ella, / corre como un corcel escita junto a uno lidio. / Porque con nosotras, que a la Aurora / le llevamos el arado ritual, / compiten las Pléyades que surgen / cual la estrella de Sirio en la noche divina”. Algunos de los poemas de Alcmán eran entonados por muchachas durante la ceremonia que, al amanecer, tenía lugar el día del comienzo de la primavera, pretendiéndose ahuyentar así a los espíritus malignos de las plantas que empezaban a germinar. Otros poetas lacedemonios fueron Espendo, Dionisodoto y Gitiadas. De la cercana isla de Cythera procedía el lírico Xenodamos. Desde el siglo V a.C. no hay casi datos que señalen el cultivo de la poesía entre los espartanos. Su progresivo abandono pudo deberse a considerarla poco compatible con el ardor militar.


LIDERAZGO PELOPONÉSICO

El fin de la segunda guerra mesenia marcó el inicio de una nueva época para Esparta. Pronto se sucedieron reformas de todo tipo que configuraron los rasgos más característicos del régimen espartano, que en el futuro será voluntariamente arcaizante. Se consolidó la igualdad de bienes de los espartiatas. El estado trató de librarse en lo posible de la influencia de las relaciones mercantiles y monetarias. Se prohibió el atesorar metales preciosos, considerándose que la verdadera riqueza estaba en la tierra. Se confirmó el uso del hierro como valor de cambio. El sistema de pesos y medidas de Fidón de Argos, difundido por casi todo el Peloponeso, no fue aceptado en Esparta. Se cerró a la mayoría de los extranjeros la entrada a la ciudad, para evitar que pudiesen convertirse en fuerza contraria al estricto orden impuesto, impidiendo así la difusión de ideas consideradas peligrosas. Las tierras, consideradas de propiedad estatal, quedaban repartidas en parcelas iguales entre los ciudadanos de pleno derecho, que las explotaban a través del trabajo de ilotas y periecos. El férreo control de los inquietos ilotas se convirtió en objetivo prioritario para los poderes espartanos. Las rebeliones de los ilotas estallaban a veces con tanta fuerza que el estado buscaba apoyos para reprimirlas en otras comunidades peloponésicas. Progresivamente Esparta, valiéndose de su prestigio militar, fue trazando alianzas con otras ciudades del Peloponeso. Estos tratados no estaban exentos de ciertas amenazas con las que Esparta intentaba asegurarse la fidelidad de sus “poleis” aliadas. A mediados del siglo VI a.C., el proceso aliancístico mencionado desembocó en la Liga del Peloponeso, cuyos miembros, aun conservando su autonomía, aceptaban el liderazgo espartano.


LA RELIGIOSIDAD

Esparta se vio inmersa en las corrientes tradicionales de la religión griega. A juzgar por las descripciones que de sus lugares sacros hace Pausanias, las principales divinidades adoradas en Esparta debieron ser Zeus, Atenea, Ártemis y Apolo. También se rendía culto a dioses y héroes locales. Menelao y Helena, la pareja mítica relacionada con el origen de la guerra troyana, reinaban sobre Esparta. En la figura divina de Ártemis pudo converger la de Ortia, posible diosa antigua de la fertilidad. El santuario de Ártemis Ortia fue uno de los principales centros de culto de la ciudad. Estaba situado entre la aldea de Limnai y la orilla occidental del río Eurotas, en una depresión natural. Fragmentos cerámicos del período geométrico remontan la existencia del santuario al siglo IX a.C. En él un elemento destacado era el altar, en el que eran sacrificadas las víctimas animales. En su origen se sacrificaron también víctimas humanas, rito cruel que suprimió Licurgo, sustituyéndolo por el de la flagelación de los efebos, que eran azotados hasta que la sangre salpicaba el altar. Estas flagelaciones rituales debieron quedar reducidas con el tiempo a un espectáculo similar a una representación de tipo religioso y teatral. Ártemis Ortia era una diosa sanguinaria, vinculada a la caza. También estaba relacionada con la agricultura, como demuestran los arados y las hoces entregadas como ofrenda por jóvenes de ambos sexos. En las excavaciones efectuadas en el santuario se encontraron máscaras de arcilla y figuritas de terracota, plomo y marfil, utilizadas como exvotos. Según la tradición, en el santuario se adoraba a la diosa a través de la estatua de madera que Orestes e Ifigenia robaron en la Táuride. En el siglo VI a.C., bajo el reinado de León y Agasicles, se construyó en el lugar un templo alargado de planta rectangular, realizado en piedra caliza.

Al Norte del santuario de Ártemis Ortia había un “heroon”, en el que se celebraban ritos para rendir culto y honores a los antepasados. En relieves votivos aparecía el difunto sentado o recostado, con el “kantharos” o la granada en una mano y la serpiente junto a él. La granada tenía un significado funerario, ctónico, telúrico. Muchas de las tumbas se señalaban sólo con una estela pétrea, que a veces incluía una inscripción, especialmente si el difunto había muerto combatiendo. Los dorios llamaban al Apolo panhelénico “Apellon”. Este dios asimiló en Amiclas a un antiquísimo dios de la vegetación de raíces creto-micénicas, que en el Peloponeso recibía el nombre de Hyakinthos. Un relato mítico expresa poéticamente la relación existente entre Hyakinthos y Apolo, así como su relevo en las preferencias del culto. Ambos eran amigos, amantes y compañeros de diversiones. Un día en que los dos se ejercitaban en el lanzamiento del disco, Hyakinthos se precipitó al intentar recoger el disco que Apolo había lanzado. El disco fue repelido por la tierra y alcanzó al muchacho en la cara, causándole la muerte. Apolo se entristeció de manera profunda. Su dolor obró el prodigio de que la sangre de Hyakinthos hiciese brotar de entre las hierbas una flor roja, el jacinto.


MANIFESTACIONES ARTÍSTICAS

Esparta no destacó en el cultivo de las artes mayores. Apenas experimentó cierta monumentalización hasta época helenística. Una famosa cita de Tucídides incide en la desproporción de la escasa entidad física de la ciudad con su gran poder político y militar: “Si se despoblara la ciudad de los lacedemonios y quedaran los templos y las plantas de las construcciones, me imagino que andando el tiempo los venideros dudarían mucho de su fuerza comparándola con su fama (…) (porque) como la ciudad no está construida formando unidad, ni tiene templos ni edificios lujosos (…) aparecería inferior”. En este sentido Esparta se diferenció de las “poleis” que, a través de un ambicioso programa arquitectónico, pretendieron expresar los logros de sus diversificados resortes socioeconómicos. Conocemos los nombres de algunos escultores que trabajaron en Esparta. Baticles de Magnesia, al frente de un grupo de artistas de su ciudad, realizó por encargo de los espartanos el trono de la estatua de Apolo Amícleo, el cual contaba con numerosos bajorrelieves y estaba coronado por esculturas exentas. Entre los artistas propiamente espartanos destacó Gitiadas, que diseñó el templo de Atenea Calcieco y esculpió su estatua. Gitiadas dominaba también diversas técnicas artesanales, y compuso además obras líricas. No se conservan apenas de Esparta esculturas monumentales en piedra o mármol. Quizás la piedra local era poco apta para el tallado, lo que contribuiría al auge de otras técnicas, como el trabajo del bronce. Son abundantes los pequeños bronces provenientes del ámbito lacedemonio. En ellos se aprecia una evolución desde tipos geometrizantes hasta figuras humanas muy estilizadas. Su amplia cronología se extiende entre los siglos VIII y V a.C. Los bronces más antiguos son figuritas de animales comunes. Pronto aparecieron esfinges y otros animales fantásticos. Los bronces de divinidades y adorantes corresponden ya al siglo VI a.C. Un tipo frecuente de estos bronces es el de los “kouroi”, figuras masculinas musculosas, desnudas o parcialmente vestidas con corazas, cascos, grebas… Son la versión reducida de los “kouroi” de piedra. Las mujeres solían ser representadas con el clásico peplo. En marfil, material suntuario, se realizaron también pequeños exvotos de cierta calidad artística. A mediados del siglo VI a.C., se empezaron a realizar relieves funerarios de jóvenes pensativos o realizando libaciones y ofrendas.

La cerámica espartana alcanzó un destacado desarrollo, llegando a ser objeto de exportación, lo que permite estudiar los mercados foráneos vinculados a su producción. Desde aproximadamente el 575 a.C., las cerámicas laconias de figuras negras se exportaron hacia otras ciudades griegas, e incluso llegaron a Sicilia y Etruria. Destacó en Esparta la realización con vistas al comercio de copas con una profusa decoración animal. En soportes cerámicos mayores la distribución ornamental de los animales se podía organizar en varios frisos. Un producto cerámico característico de Esparta son las cráteras con asas rematadas en volutas y con intensa decoración en sólo una de sus dos caras. Estas cráteras eran a veces utilizadas como ofrendas funerarias que se colocaban en la tumba horizontalmente, con el lado no decorado en contacto con la tierra. Otras cráteras de tipología similar eran fabricadas en bronce.


CRÍTICA

Entre los escritores que más duramente criticaron el sistema político espartano estuvo el historiador francés Fustel de Coulanges, que en su obra “La Ciudad Antigua” (1864) abordó entre otros temas las revoluciones experimentadas por Esparta a lo largo de su desarrollo como ciudad-estado. En su libro, Coulanges recoge la cita en que Tucídides señala que Esparta “fue perturbada por las disensiones más que ninguna otra ciudad griega”. Para el autor francés, una primera revolución habría sido la dórica, de modo que en el momento en que los dorios se asentaron en el Peloponeso ya habría desaparecido entre ellos el antiguo régimen gentilicio, distinguiéndose sólo soldados bajo la autoridad monárquica. Según el polémico planteamiento de Coulanges, rebatido luego por muchos otros historiadores posteriores, en la época en que apareció Licurgo había en Esparta dos clases enfrentadas. Licurgo se habría puesto del lado de la aristocracia, sojuzgando al pueblo y debilitando a la monarquía. Coulanges cuestiona los ideales comunitarios e igualitarios que las fuentes refieren sobre Esparta, limitándolos a los aristócratas. Pero reduce excesivamente el número de los “aristoi”, queriendo así remarcar el carácter socialmente opresivo del régimen lacedemonio. Considera que no era la virtud, sino la riqueza, principalmente en forma de tierras, la que permitía a algunos de los “aristoi” integrarse en la oligarquía dirigente. Coulanges no se cree por tanto el desprecio del dinero de que en teoría hacían gala los espartiatas. El despotismo ejercido por los pocos privilegiados que podían acceder a las instituciones representativas suscitó terribles odios y frecuentes insurrecciones. El que no hubiese sido derribado este sistema, vigente durante siglos, se habría debido a la división reinante entre las clases inferiores. Los reyes habrían entrado repetidamente en connivencia con el pueblo para minar el poder de los éforos y de la “gerusía”, cayendo en opinión de Aristóteles en la demagogia, y siendo con frecuencia desterrados.

La amplia conspiración antioligárquica urdida hacia el año 397 a.C. por Cinadón fracasó, al igual que otras muchas que en vano quisieron poner a prueba la solidaridad y el corporativismo de los “aristoi”. El rey euripóntida Agis IV (244-242 a.C.) quiso llevar a cabo reformas políticas que supusiesen la abolición de las deudas y el reparto de las tierras, que por entonces estaban concentradas en muy pocas manos. Pero los titubeos del pueblo a la hora de mantenerle el apoyo y la recomposición de la oligarquía acarrearon la ejecución del rey reformista. Sus proyectos fueron retomados con éxito por el rey agíada Cleómenes III (235-222 a.C.), que optó por una vía radical y tiránica. Ordenó matar a cuatro de los cinco éforos, desterró a los ochenta principales latifundistas e instigó el asesinato de su colega, el rey euripóntida Arquídamo V. Repartió la tierra en cuatro mil “cleros”, extendiendo así el derecho de ciudadanía. Todo esto se realizaba en nombre de la restauración del idealizado orden creado por Licurgo, que en cambio en opinión de Coulanges era claramente filoaristocrático. En la batalla de Selasia, librada en el año 222 a.C., los macedonios vencieron al ejército democrático espartano, cuyos diez mil miembros fueron exterminados casi en su totalidad. Esparta se vio obligada a entrar en la Liga Aquea, restaurándose en la ciudad la preeminencia de la vieja oligarquía. Los problemas internos continuaron, acentuándose la oposición entre los éforos y los líderes populistas que iban surgiendo. Entre éstos estuvo Macánidas (211-207 a.C.), tutor del joven rey Pélope. Tras la derrota de Macánidas por la Liga Aquea y la muerte del rey Pélope, el cabecilla del partido popular de Esparta, Nabis (207-192 a.C.) se hizo proclamar único rey. Nabis en política exterior osciló entre el apoyo a Macedonia o a Roma en la guerra que enfrentaba a estas potencias. En política interior convirtió en realidad la gran revolución social que reclamaba Esparta, pero sosteniéndola con un régimen de terror. Arrebató a los aristócratas sus propiedades, repartiéndolas entre el pueblo, cuyas deudas quedaron abolidas. Emancipó a los ilotas y manumitió a los esclavos, concediendo a todos el derecho de ciudadanía, acrecentando así el cuerpo político. Hizo que las mujeres y las hijas de los aristócratas exiliados se casasen con sus antiguos esclavos, ya hombres libres. Procedió a un reparto igualitario de la tierra. Quiso restaurar el poderío militar espartano y su hegemonía peloponésica. Rompió con conceptos militares anteriores, ordenando la construcción de una gran flota y la edificación de murallas, las primeras con que contó Esparta.

La derrota de Nabis frente a los romanos y su posterior asesinato por un oficial etolio hicieron entrar nuevamente a Esparta en la Liga Aquea, pero ya sin que las reformas sociales realizadas fuesen suprimidas, pues Roma se convirtió en garante de las mismas. La independencia de Esparta llegaba a su fin, precisamente cuando habían triunfado en la polis principios más democráticos, sin que debamos ver en éstos la causa del final de la soberanía espartana. A pesar de que la visión de Coulanges sobre la génesis y el desarrollo de la sociedad de Esparta ha sido ya superada, su mención es conveniente como contrapeso a la habitual idealización que del régimen espartano se viene haciendo en las sociedades modernas. El clasismo y la violencia intrínseca del sistema político espartano no deben hacer que dejemos de admirar numerosos episodios históricos protagonizados por sus ciudadanos. ¿Hasta qué punto un individuo puede anonadarse en el cumplimiento de su teórico deber hacia la comunidad de la que forma parte? ¿Cómo de rígida tuvo que ser la “agogé” para “fabricar”, física e ideológicamente, semejantes soldados? El obsoleto régimen lacedemonio tardó muchos siglos en experimentar un proceso democrático, aunque de corte populista. Tras la disolución de la Liga Aquea en el 146 a.C., Esparta se convirtió en ciudad federada de Roma. Las antiguas ciudades periecas formaron por su cuenta la Alianza de los Lacedemonios, que ya no quedaba bajo la autoridad espartana. La polis fue perdiendo progresivamente importancia, diluyéndose en el seno del Imperio romano. Podemos afirmar que el paradigmático militarismo de Esparta dejó ejemplos de gran valentía frente a los enemigos exteriores, pero también otros de cruenta represión interna. Este estudiado desequilibrio social mantuvo a la ciudad de Esparta entre las más poderosas de Grecia durante muchos siglos, pero a costa del sufrimiento de las clases que componían la base productiva y económica del sistema.


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